jueves, 5 de julio de 2012

To his Coy Mistress

To his Coy Mistress


Andrew Marvell (1621-1678)


Had we but world enough, and time,
This coyness, lady, were no crime.
We would sit down and think which way
To walk, and pass our long love's day;
Thou by the Indian Ganges' side
Shouldst rubies find; I by the tide
Of Humber would complain. I would
Love you ten years before the Flood;
And you should, if you please, refuse
Till the conversion of the Jews.
My vegetable love should grow
Vaster than empires, and more slow.
An hundred years should go to praise
Thine eyes, and on thy forehead gaze;
Two hundred to adore each breast,
But thirty thousand to the rest;
An age at least to every part,
And the last age should show your heart.
For, lady, you deserve this state,
Nor would I love at lower rate.

        But at my back I always hear
Time's winged chariot hurrying near;
And yonder all before us lie
Deserts of vast eternity.
Thy beauty shall no more be found,
Nor, in thy marble vault, shall sound
My echoing song; then worms shall try
That long preserv'd virginity,
And your quaint honour turn to dust,
And into ashes all my lust.
The grave's a fine and private place,
But none I think do there embrace.

        Now therefore, while the youthful hue
Sits on thy skin like morning dew,
And while thy willing soul transpires
At every pore with instant fires,
Now let us sport us while we may;
And now, like am'rous birds of prey,
Rather at once our time devour,
Than languish in his slow-chapp'd power.
Let us roll all our strength, and all
Our sweetness, up into one ball;
And tear our pleasures with rough strife
Thorough the iron gates of life.
Thus, though we cannot make our sun
Stand still, yet we will make him run. 




A su tímida amada
Traducción de Nicolás Suescún


Si tuviéramos bastante mundo y tiempo
tu timidez, señora, no seria delito.
Sentados pensaríamos hacia dónde marcharnos
para pasar nuestro largo día de amor.
Tú encontrarías rubíes en las riberas
del Ganges de la India: yo me lamentaría
con la marea del Humber. Te daría mi amor
desde diez años antes del Diluvio,
y tú, si quisieras, podrías decirme «no»
hasta después de la conversión de los judíos.
Mi amor vegetal crecería más lento
y sería más vasto que un imperio.
Al menos cien años se me irían en alabar 
tus ojos y en contemplar tu frente,
cuatrocientos en adorar tus senos 
y treinta mil en el resto del cuerpo.
En cada parte al menos una época,
para tu corazón la última de todas: 
porque tú te mereces este trato 
y yo por menos no te quiero.

Pero pasa que a mis espaldas siempre oigo
la alada carroza del tiempo que se acerca,
y que allí, ante nosotros, yacen por todas
partes desiertos de vasta eternidad.
Tu belleza ya nadie encontrará
ni resonará en el mármol de tu bóveda
el eco de mi canción. Y los gusanos robarán
esa virginidad por tanto tiempo resguardada.
Tu arcaico honor polvo se hará
y toda mi lujuria se tornará ceniza.

La tumba es lugar muy selecto y privado 
pero nadie, creo yo, hace allí el amor.
Por lo tanto, ahora que el color joven
se posa como el rocío sobre tu piel,
mientras transpire tu alma dispuesta
por todos los poros instantáneas llamas, 
pudiéndolo, hagamos lo que nos dé la gana
y como aves de rapiña enamoradas 
devoremos más bien nuestro tiempo
en vez de languidecer entre sus fauces. 
Comprimamos toda nuestra ternura
y toda nuestra fuerza en una bala
y a través de las rejas de hierro de la vida 
disparemos nuestro placer violentamente. 
Así haremos, al menos, que corra nuestro 
Sol, no pudiendo lograr que se detenga.

miércoles, 20 de junio de 2012

En el rincón aquel, donde dormimos juntos...


César Vallejo

En el rincón aquel, donde dormimos juntos
tantas noches, ahora me he sentado
a caminar. La cuja de los novios difuntos
fue sacada, o talvez que habrá pasado.

Has venido temprano a otros asuntos
y ya no estás. Es el rincón
donde a tu lado, leí una noche,
entre tus tiernos puntos
un cuento de Daudet. Es el rincón
amado. No lo equivoques.

Me he puesto a recordar los días
de verano idos, tu entrar y salir,
poca y harta y pálida por los cuartos.

En esta noche pluviosa,
ya lejos de ambos dos, salto de pronto...
Son dos puertas abriéndose cerrándose,
dos puertas que al viento van y vienen
sombra a sombra.

Amor a primera vista
Wislawa Szymborska


Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,

una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,

que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.

De "Fin y principio" 1993     
Versión de Abel A. Murcia


lunes, 30 de enero de 2012


No quiero que vengas.

Te hablé, te llamé, y ahora, por estas razones inciertas,
por estos incentivos que no ocurrirán, no te quiero aquí.
Quiero lo de siempre, otras cosas que no puedes darme, que no puedo darme.
Todas las islas, todas las tardes inmaculadas,
Arrecian los cuartos de alquiler, me llamo de mano casta,
me llamo heredero, testamentado.
El envoltorio no se rinde al placer o la ignorancia
Dentro de unos días, dentro de unas horas vendrás
hasta mi puerta laxa
con tu propia llave, con tu felpudo a cuestas, con el dedo
que señala, abunda, moja, intuye, asume, coquetea.
Por el ojo de la cerradura, por el aire cambiado por el horóscopo del día,
por la herrumbre de las tuberías, por el arroz instantáneo, por la cara larga
derramando llegadas anteriores, vendrás,
será como antes, será como nunca, un tanto malsano, un tanto suave
como la corteza de un hongo, como un comentario político,
y no sabré –y no sabrás– si hay un tesoro,
si todos estos días de pena,
si hay algo de cierto en la llegada
y las ofrendas.

NAYAR RIVERA (1973)